Tras la dimisión de Luis Rubiales, una paisana suya, vecina de Motril (Granada), afirmó que «no es normal que crucifiquen a un hombre que ha llevado a España a ganar la Copa del Mundo«, complicándose la situación cuando la mujer intentó agarrar la cara del reportero que la estaba entrevistando y besarlo, diciendo «te voy a dar un piquito«. Sólo pudo darle un beso en la frente mientras el periodista se apartaba, pero ella añadió «yo puedo hacerte todo lo que quiero, soy una mujer«. Además, acercó su mano a las partes íntimas de él: «Puedo cogerte de los huevos si quiero”, a lo que el reportero no daba crédito.
Sin embargo, da igual que seas hombre o mujer, nadie te da el derecho de coger a una persona por la cabeza o intentar tocarle sus genitales. Nuestro cuerpo es nuestro y no se puede tocar porque sí. No podemos consentir que nos toquen sin nuestro consentimiento.
No se trata de una lucha de mujeres contra hombres, sino de una lucha contra una esfera de poder que se ve atacada y en riesgo e intenta hacer todo lo posible por mantenerse, caiga quien caiga.
No es una guerra de sexos
Según han publicado algunos medios, Jenni denunció acorralada por la presión del Ministerio Público y de sus asesores, que la fiscalía la animó a adherirse para poder actuar de oficio después de haber recibido supuestamente varias denuncias de ciudadanos contra el expresidente por el beso troleado.
Desde entonces, se ha pretendido quitar a Jenni peso en su versión de los hechos atendiendo a su comportamiento posterior, por el simple hecho de que no quiso empañar la celebración de algo histórico y se fue con sus compañeras de vacaciones a Ibiza. Exactamente lo mismo que los miembros de la famosa manada de Pamplona pretendieron hacer con su víctima, para reforzar así su defensa.
Es una guerra por la igualdad
Jenni Hermoso ha declarado no sentirse violada, sino no respetada y sometida a algo no buscado. En el avión de vuelta desde Australia, ha resultado que la llamaron para hablar distintas personas de la Federación, incluido Rubiales, que le pidió ayuda grabando juntos un video porque lo llaman violador y agresor. Ella se negó a lo que ha añadido que se sintió muy incómoda porque el entonces presidente insistió que tenía que ayudar a una buena persona, aunque fuera por sus hijas q estaban llorando detrás (manipulación de libro). También Jorge Vilda, entonces entrenador de la selección femenina intentó mediar por el Presidente hablando con la familia de Jenni para que ellos la convencieran de ayudar a Rubiales. Según se ha dicho, parece que el entrenador dejó caer que si ayudaba le podía ir bien y era lo que tenía que hacer. Por ello, ambos dos y otros directivos de la misma institución, están siendo investigados por presuntas coacciones a Jenni Hermoso.
Según ha declarado la propia Jenni, ella no buscó ese beso y no le correspondía a ella tener que solucionar algo que no había provocado. Sin embargo, así se pretendió. Y además, se sintió coaccionada. Incluso acosada días después, tanto ella como su familia. Ha declarado que se tuvo que ir de Madrid, que solo buscaban verla riendo. Sin embargo, ella no tenía estar encerrada llorando porque no había hecho nada.
Rememorando el tan citado viaje a Ibiza, que la RFEF regaló a las campeonas del mundo, Hermoso cuenta que, estando allí, desde la RFEF le dicen que tiene que hacer un “zoom” para aclarar lo ocurrido. Ella solo dice que tiene que consultar con su agente. Le insisten durante horas, algunos, las personas que ahora son investigados por ese presunto delito de coacciones hasta que comunica que no va a decir ni hablar nada de esto. También lo intentan a través de la amiga que la acompaña en el viaje, que ha ratificado todo lo declarado por Jenni. Ambas se sintieron presionadas por el entorno del expresidente de la RFEF, acosada porque no la dejaban ni en vacaciones.
Toda esta situación provocó, según la presunta víctima y las testigos que estaban con ella, que Jenni no disfrutara del viaje, ya que estaba triste e incómoda.
Sus compañeras así lo han declarado con diversos detalles al respecto: que si Rubiales se creía con el poder de hacer lo que hizo o que escuchó cómo dijo a Jenni que sus hijas estaban detrás llorando.
Consecuencia de ello, la Fiscalía añadió a su investigación, al delito de agresión sexual, el de coacciones, manifestando en su querella que «La jugadora, así como su entorno más próximo (familia y amistades) sufrió una presión constante y reiterada por parte del Sr. Rubiales y el entorno profesional de este, con la finalidad de que, públicamente, justificara y aprobara el acto cometido contra su voluntad; sufriendo Dª Jennifer una situación de hostigamiento, en contra del desarrollo de su vida en paz, tranquilidad y libremente«.
Jenni Hermoso en su declaración deja muy claro que se ha sentido desprotegida: «mancharon mi imagen, yo sentí que a mí nadie me protegía. A mí me estaban pidiendo que yo les protegiera, que les ayudara, pero en ningún momento sentí que nadie me estaba protegiendo a mí. Esto que ha pasado no me lo esperaba, un hecho así iba a tener consecuencias y fue algo que yo nunca busqué. No fue un beso consentido«.
Es un problema de la sociedad
El Código Penal español describe comportamientos que no queremos dentro de la sociedad y les impone una pena para hacer justicia e intentar evitar que el agresor repita. Pero el tema educacional y generacional escapa del Código Penal.
Ante semejante panorama, muchas mujeres han alzado la voz y roto el silencio mantenido durante años, señalando en muchos casos directamente a sus agresores.
Un ejemplo sonado hace semanas fue el de la periodista Natalia Sancha, ex corresponsal de El País en Oriente Medio. Sancha señaló en sus redes sociales a un miembro de la carrera diplomática que durante una fiesta en la embajada española de Beirut trató de besarla y «toquetearla». Se tuvo que zafar de un empujón.
Días después, otra reportera, Isabel Balado de Cuatro, sufrió una agresión en pleno directo mientras retransmitía una información desde el centro de Madrid. El hecho causó una indignación total en redes y la propia cadena dio aviso a las autoridades, que detuvieron al agresor horas después.
Aprovechando el tirón, otra periodista, Verónica Sanz, subió un vídeo a su cuenta de una red social de un directo que le tocó hacer hace 12 años sobre el terreno en la Tomatina de Buñol. En el video se ve a la reportera tratar de esquivar manos y aliento, cómo se le echan encima, se encarama a la ventana, habla de ‘apreturas, tocamientos’; se gira, buscando autores. Y cómo denuncia en vano: ‘me pellizcan el culo’, lo pasé mal«. La reportera se congratulaba, al menos, de que aquellas imágenes hoy «parecen otro mundo». Pero quizá no tanto.
Sonia Gómez Mas, también periodista, denunciaba en su cuenta el acoso que había sufrido por parte de un taxista que aminoró la marcha y se puso a su altura mientras ella iba en bicicleta: «bueno, hace un momento, un taxista que podría tener fácilmente la edad de mi padre ha decidido que era super buena idea ponerse a mi lado en el carril mientras yo voy en bicicleta a soltarme todo tipo de lindezas. Ha empezado con un ‘hola guapa qué tal’, ‘dame tu número de teléfono’… y así siguiéndome«. «Esto pasa todos los días, solamente nos podemos sentir seguras dentro de casa… Pues no. Las calles también son nuestras. Y ya está bien«, ha concluido Gómez.
Recientemente resultaron detenidos tres jugadores de la cantera del Real Madrid por difundir un vídeo sexual de una menor de edad con la que uno de ellos mantuvo relaciones sexuales.
Tristemente, la lista de agravios y agresiones podría alargarse hasta el infinito. Todos los días, a todas horas y en todas partes las mujeres sufren acoso y abusos, esculpidos en piedra en el beso no consentido que Rubiales, que probablemente se verá sentado en el banquillo.
Hace poco leí que fumar en un restaurante es algo casi inimaginable que durante siglos ni se cuestionó, pero la historia y el tiempo pesan. En un futuro, esperemos que gestos como tocar el culo a una mujer, susurrarle o gritarle alguna perversión, o incluso besarla sin su consentimiento, puedan llegar a verse como actos de barbarie para que más de uno diga eso de «cómo pudimos tolerar algo así”.